sábado, 12 de marzo de 2011

Ella imitaba sonidos de ballena. Jugaba a Los Increíbles y emulaba a una Mónica Carrillo sin chuletas de la mano. Su profesora de televisión le había recomendado practicar frente a un espejo y apuntarse a un grupo de teatro, pero ella evitaba contundentemente exponerse ante un alumnado sólo atento a sus fallos. Guardaba para sus adentros su talento y se autodespreciaba a 60 kilómetros de su sueño. Las paredes de su casa era su estudio personal. Pero, fuera de ellas, su mundo no hacía más que imponer su propio criterio dictatorial. Ella pecaba de autodidacta. Tal vez por eso nunca enseñaba sus textos salvo en la época estival.
Odiaba los números impares y, sin embargo, estaba convencida de que, pasados los poco más de 3 meses y medio que le quedaban de arresto domiciliario autoimpuesto, volvería a la vida. Hasta entonces, como una Durmiente (que no bella) de cuento, sigue esperando. Recluida en su resignación. Amparada en los resortes de una sociedad idealista -cuando no utópica- que sueña con el mañana sin acabar de vivir el presente.